Sueño 812 /
veo cuerpos desnudos. Me siento en el extremo de una escalera y los peldaños se abren como seres extraños. No hay salida. En lo alto, una ventana habla en una lengua que no entiendo. Cierro los ojos e intento recordar de la misma manera que lo haría un ciego. Mis sentidos tantean, escupen: las paredes permanecen fieles a un secreto que no puedo develar. Al llegar a un descanso, regreso. La cama se mece, horriblemente. Ahora sí reconozco a esos cuerpos desnudos en la oscuridad, intento acariciarlos para despedirme. Busco un lugar donde dormir. Las imágenes se congelan: de alguna forma todo parece resolverse. En el piso superior hay infinidad de pasillos y cientos de puertas. Entro a un cuarto cualquiera. Al poco tiempo suena el despertador. Para callarlo el perro de Bob Dylan, que duerme en la cama contigua, dice: “Vas a despertar a mi cartel de no se admiten animales”. Tiemblo, contrariado.
veo cuerpos desnudos. Me siento en el extremo de una escalera y los peldaños se abren como seres extraños. No hay salida. En lo alto, una ventana habla en una lengua que no entiendo. Cierro los ojos e intento recordar de la misma manera que lo haría un ciego. Mis sentidos tantean, escupen: las paredes permanecen fieles a un secreto que no puedo develar. Al llegar a un descanso, regreso. La cama se mece, horriblemente. Ahora sí reconozco a esos cuerpos desnudos en la oscuridad, intento acariciarlos para despedirme. Busco un lugar donde dormir. Las imágenes se congelan: de alguna forma todo parece resolverse. En el piso superior hay infinidad de pasillos y cientos de puertas. Entro a un cuarto cualquiera. Al poco tiempo suena el despertador. Para callarlo el perro de Bob Dylan, que duerme en la cama contigua, dice: “Vas a despertar a mi cartel de no se admiten animales”. Tiemblo, contrariado.
Texto: Fabián San Miguel.