Collage onírico de pulsiones armadas por otro
Los peces de peluche, simulando salmones en su etapa adulta, inundan el cuarto, nadan en el agua traslúcida del aire. Nadie en la habitación se atreve a respirar o a tragar lo que nos envuelve.
Javier, sentado desnudo en el filo de la cama, no se decide a hacerme el amor, según mis argumentos; aunque yo sólo quiero poseerlo. Nada más que dieciséis años tiene mi hermano; su piel todavía es fresca, suave, elástica; no está amarillentada por el cigarrillo, las drogas duras no la opacaron ni tiene las arrugas del alcohol. ¡Cuándo madurará!
Fabián, mi novio, observa, oculto; no lo veo pero sé que está; en el peso de mi imaginación está. Marianela se encuentra en algún lugar, cerca; sueño que va a entrar en cualquier momento. ¡Ahí está!, en mis ensoñaciones. Él es lo que debo ser. Ella es lo que quiero ser. Mi hermano lo que tengo ganas de hacer.
Observo de reojo el horizonte espacial del cuarto, es estanco, como lo es todo objeto inanimado o no mecanizado que pueda ir y venir. Un universo carente de su Big Bang que lo impulse a seguir expandiéndose nos contiene. Un sistema solar inactivo es nuestra cárcel. Pero dentro de él, nosotros tampoco nos podemos mover, paralizados en esa dimensión no humana sino de objeto, de galaxia aislada, sin rotación, de minúsculos planetas congelados, fuera del tiempo.
Somos cosas, caprichosamente instaladas ahí, esperando ser llevadas o arrojadas a algún otro lugar. Hasta Fabián, en mi imaginación, esta subsumido por la inercia en un costado superior del cuarto, en una posición que escapa, sana y salva de mi inconsciente, para ubicarse más allá de mí deseo intensamente personal y subjetivo, que otra fuerza realiza, según su propia y desconocida voluntad.
¡No piensen que es Dios! El no es tan perverso.
Colocan otro objeto en la habitación de mi fantasía de apetitos. Una cosa pegada encima de otra o frente a otra. Alguien lo quiere así. Nadie me consulta sobre qué visiones quiero ver o tener a mi lado. Como los salmones, que ahora son más. Pero no es Dios. Por primera vez en la historia él no existe, porque en este no-lugar, no hay lugar para él. Es un reloj que ahora cuelga del alto pie inferior derecho de la cama. Es el reloj robado al hospital. Marca inamovible las 12 horas. ¿Es mediodía? ¿O es medianoche? Esa hora no hora que con objetividad enlaza un día tras otro sin sentimientos que sean buenos o malos, sin culpas ni conflictos por defender derechos o entablar egoísmos.
Lo peor es que no puedo sentirme en ninguno de mis cinco sentidos. Estoy presente en una animación de otra dimensión, soy yo sin serlo. Como si fuera otra faceta de mi psiquis situada adrede para que todo sea una pesadilla, si asumo lo que quiero.
Los salmones bordó, sin darnos cuenta, desovan sus huevesillos, los fecundan y se multiplican hasta hacer imposible el no pisarlos.
Quiero tener sexo con mi hermano antes que nadie. Me gusta que mi novio me observe; aunque él no sabe de Marianela. Pero Marianela sí sabe de él.
¿Por qué tengo novio y novia a la vez? ¿Por qué no hacerlo con mi hermano? El reloj del hospital paralizado me despierta.
Todo está armado por otro.
Me llamo Adriana.
Texto: Daniel C. Montoya.
Collage: Fabián San Miguel.
Los peces de peluche, simulando salmones en su etapa adulta, inundan el cuarto, nadan en el agua traslúcida del aire. Nadie en la habitación se atreve a respirar o a tragar lo que nos envuelve.
Javier, sentado desnudo en el filo de la cama, no se decide a hacerme el amor, según mis argumentos; aunque yo sólo quiero poseerlo. Nada más que dieciséis años tiene mi hermano; su piel todavía es fresca, suave, elástica; no está amarillentada por el cigarrillo, las drogas duras no la opacaron ni tiene las arrugas del alcohol. ¡Cuándo madurará!
Fabián, mi novio, observa, oculto; no lo veo pero sé que está; en el peso de mi imaginación está. Marianela se encuentra en algún lugar, cerca; sueño que va a entrar en cualquier momento. ¡Ahí está!, en mis ensoñaciones. Él es lo que debo ser. Ella es lo que quiero ser. Mi hermano lo que tengo ganas de hacer.
Observo de reojo el horizonte espacial del cuarto, es estanco, como lo es todo objeto inanimado o no mecanizado que pueda ir y venir. Un universo carente de su Big Bang que lo impulse a seguir expandiéndose nos contiene. Un sistema solar inactivo es nuestra cárcel. Pero dentro de él, nosotros tampoco nos podemos mover, paralizados en esa dimensión no humana sino de objeto, de galaxia aislada, sin rotación, de minúsculos planetas congelados, fuera del tiempo.
Somos cosas, caprichosamente instaladas ahí, esperando ser llevadas o arrojadas a algún otro lugar. Hasta Fabián, en mi imaginación, esta subsumido por la inercia en un costado superior del cuarto, en una posición que escapa, sana y salva de mi inconsciente, para ubicarse más allá de mí deseo intensamente personal y subjetivo, que otra fuerza realiza, según su propia y desconocida voluntad.
¡No piensen que es Dios! El no es tan perverso.
Colocan otro objeto en la habitación de mi fantasía de apetitos. Una cosa pegada encima de otra o frente a otra. Alguien lo quiere así. Nadie me consulta sobre qué visiones quiero ver o tener a mi lado. Como los salmones, que ahora son más. Pero no es Dios. Por primera vez en la historia él no existe, porque en este no-lugar, no hay lugar para él. Es un reloj que ahora cuelga del alto pie inferior derecho de la cama. Es el reloj robado al hospital. Marca inamovible las 12 horas. ¿Es mediodía? ¿O es medianoche? Esa hora no hora que con objetividad enlaza un día tras otro sin sentimientos que sean buenos o malos, sin culpas ni conflictos por defender derechos o entablar egoísmos.
Lo peor es que no puedo sentirme en ninguno de mis cinco sentidos. Estoy presente en una animación de otra dimensión, soy yo sin serlo. Como si fuera otra faceta de mi psiquis situada adrede para que todo sea una pesadilla, si asumo lo que quiero.
Los salmones bordó, sin darnos cuenta, desovan sus huevesillos, los fecundan y se multiplican hasta hacer imposible el no pisarlos.
Quiero tener sexo con mi hermano antes que nadie. Me gusta que mi novio me observe; aunque él no sabe de Marianela. Pero Marianela sí sabe de él.
¿Por qué tengo novio y novia a la vez? ¿Por qué no hacerlo con mi hermano? El reloj del hospital paralizado me despierta.
Todo está armado por otro.
Me llamo Adriana.
Texto: Daniel C. Montoya.
Collage: Fabián San Miguel.